Este cuadro fue pintado hacia mediados del siglo XV por el pintor
Roger Van der Weyden, uno de los maestros más representativos del
Gótico flamenco junto con Jan van Eyck.
El gótico flamenco es la última etapa de la evolución del arte gótico y, al desarrollarse a lo largo del siglo XV, coincide cronológicamente con el Renacimiento italiano. Por este motivo, ambos estilos intercambiarán avances.
La aportación más importante de los
pintores flamencos y que podemos apreciar en este cuadro, es la introducción de una nueva técnica, el
óleo sobre tabla, que permitía realizar transparencias, realizar correcciones con facilidad y aportaba un brillo especial y gran luminosidad a los colores. Esta técnica procedente de
Flandes va a ser adoptada por los italianos a finales del siglo XV.
Por su parte, los autores flamencos tenían dificultades con la construcción del espacio, como era normal en el gótico. Al ponerse en contacto con el Renacimiento, sus cuadros van a incorporar progresivamente el invento italiano de la
perspectiva. Sin embargo, como podemos ver en esta imagen, van der Weyden aún no incorpora dicha técnica y coloca a los personajes en friso, yuxtapuestos (uno al lado del otro) y sobre un
fondo dorado y no paisajístico.
A lo largo del estilo gótico, uno de los avances que se había ido produciendo con respecto a la pintura románica es la incorporación del paisaje. Con ello los pintores trataban de aportar realismo a la representación. En este caso, sin embargo se muestra el rasgo arcaico de los fondos dorados, algo típico de la pintura gótica italiana del siglo XIV debido a su
influencia bizantina. Sin embargo, en la pintura flamenca no es habitual en absoluto el empleo de estos fondos dorados, como podemos comprobar en las obras de Van Eyck.
Otro de los rasgos representativos de la pintura flamenca, y que en este caso sí se ve reflejada en esta obra, es la
minuciosidad. Los pintores flamencos se habían formado como miniaturistas, por lo que se comportan como tales en sus cuadros. Para lograr la captación de todos los detalles, por diminutos que fueran, emplean en ocasiones
pinceles de un solo pelo. Podemos apreciar esta minuciosidad en los detalles de los bordados de las ropas.
Y precisamente son las telas lo que más llama la atención de las pinturas flamencas. En primer lugar por ese detallismo y minuciosidad comentados, y en segundo lugar por su brillante colorido. Los colores más utilizados para las figuras principales son el rojo y el azul, que dado lo costosos que eran, son un símbolo del poder económico del mecenas. Las telas de los cuadros flamencos son espectaculares dado que una de las industrias fundamentales del país era la
elaboración de tejidos.
Una de las características fundamentales del arte gótico en general es el interés por la
humanización de los personajes y su representación
realista. Podemos apreciar cómo van der Weyden se muestra como un experto en este terreno introduciendo los sentimientos más variados en todos sus personajes. De este modo se buscaba acercar las historias religiosas al espectador e implicarle emocionalmente. Precisamente para lograr una mayor identificación de los fieles con las escenas religiosas, como se aprecia en este cuadro, los pintores flamencos acostumbraban a vestir a los personajes a la manera flamenca en lugar de con túnicas.
El tema que se presenta en este cuadro es religioso. Se trata del momento en que Cristo ya ha muerto y sus seguidores le descienden de la cruz en presencia de su madre. En la mayor parte de las representaciones de este tema realizadas durante el Románico la Virgen permanecía inmutable y confiada en la resurrección de Cristo. Sin embargo, van der Weyden opta aquí por presentárnosla como una madre que sufre. Por ello, se desmaya y adopta la misma postura que su hijo, para mostrarnos el origen de su sufrimiento.
A los pies de la cruz observamos la presencia de una calavera. Se trata de la
calavera de Adán, para transmitir el mensaje religioso de este cuadro: Adán introdujo el pecado y, con su muerte, Cristo nos salva. Esto es una muestra de otra de las características de la pintura flamenca: el simbolismo, especialmente complejo en algunas obras.
En conclusión, la obra que se nos presenta es un claro ejemplo de la pintura flamenca y del estilo monumental de su autor. Muestra grandes avances con respecto al estilo anterior, el románico, pero aún se muestra arcaico en algunos aspectos (la ausencia de perspectiva o los fondos dorados) que autores flamencos contemporáneos ya tenían solucionados. Aún así es una obra excepcional en la historia del arte por su calidad técnica y la emotividad con que representa el tema.